martes, 14 de julio de 2009

EL CAMINO

Estábamos sentados alrededor de una agradable mesa en un restaurant, el Normandie en la ciudad de México, en la zona rosa, mis padres y algunos de mis hermanos, era 1961 probablemente octubre, cenando delicioso, sopa de cebolla, una carne que siempre me ha gustado el chateubriand, vinos, bebidas y por supuesto postres.
La cena deliciosa pero más deliciosa la plática por el tema que se estaba tratando, todos opinábamos, no faltaban las preguntas ni las recomendaciones y el apoyo a lo que iba yo a hacer a la siguiente semana, tenía yo 15 años de edad
Una semana después comenzó el caminar a las tres de la mañana con un cielo estrellado de tal manera que casi no había espacio entre las estrellas, un viento helado que te cortaba la cara y un silencio absoluto donde lo único que se oía era nuestra respiración, mal dormidos por la emoción y puedo decir que sin pensamientos de lo extasiado que estaba ante esa belleza y maravilla del universo, veía sombras fantasmales por todas partes, inmensos gigantes pétreos que nos rodeaban y parecía que caminaban a mi lado pues yo los veía iguales.
La noche era de una claridad asombrosa, con solo la luz de la luna se veía el camino, muy poco necesité usar la lámpara, el día anterior habíamos llegado por un camino entre inmensos bosques de pinos, comimos entre ellos y seguimos en el camioncito que nos llevaba desde Cholula hasta donde ya fue imposible que transitara, desde ese punto seguimos a pié durante cerca de tres horas para por fin llegar al refugio en las faldas del Iztaccihuatl, por la cara que da a Puebla, situado este refugio ya a una altura considerable para subir en casi línea recta a las rodillas de la mujer dormida, ruta muy difícil, sobre todo para un novato como yo, pero podía más en mi la voluntad y el gusto que el posible cansancio y el peligro.
Seguíamos ascendiendo con el paso que nos marcaba el guía que para nada podía ser tranquilo y reposado, el corazón me estallaba y la respiración la oía como una locomotora, el frio que en el inicio se sentía había desaparecido por completo escondiéndose tras el esfuerzo, había momentos en que quería despojarme de rompevientos, pasamontañas y calcetines y caminar en lo helado.
Para cuando alcanzamos las primeras nieves ya estaba amaneciendo, es imposible describir con certeza la combinación de colores que se daba en la naturaleza en esos momentos, un espectáculo impresionante, abajo lo verde por el bosque por el que habíamos llegado la noche anterior, luego lo gris- café entre las rocas y algunas islitas verdosas y la nieve de un blanco absoluto, deslumbrante que en estos momentos que describo estaba salpicada de tonalidades de rojo, naranja, amarillo y mezclas de estas tonalidades, ya se vislumbraba el cielo tomando apenas el color azul que todo el ascenso nos acompañaría, ahí nos pusimos los crampones y revisamos todo el aparejo que traíamos. Tenía yo una sed espantosa y creo que todos y con nieve nos la calmábamos, algo delicioso sentir esa frescura en la boca, que me desacaloraba y a la vez calmaba la sed, seguimos adelante y ya muy arriba nos sentamos a desayunar, ya hacía hambre, habíamos cenado pollos rostizados que compramos en Cholula y probé el desayuno del alpinista, que tiene que ser ligero y altamente energético, fue una exquisita combinación de nieve con jugo de naranja y leche condensada más dos barras de chocolate, les puedo decir, exquisito y reconfortante y rápido para seguir adelante con el ascenso, el paisaje se había vuelto de un blanco intenso, monótono, ya que solo ibas viendo hacia tus pies buscando las grietas y hacia adelante viendo que el compañero que te antecedía seguía ahí y no en el fondo de una grieta y pararte a tiempo, tuve la suerte de poder ver ya que es rarísimo la rosa de las nieves, una planta muy rara pero bella entre las nieves.
A esas alturas comencé a sentir los efectos de la hipoxia, lo que quería era dormirme un rato en esa nieve y luego alcanzarlos, no fui el único que sintió esto, habíamos varios, que por fortuna era un efecto esperado y pasajero hasta que tu organismo se acostumbra a la disminución de oxígeno, el guía tuvo que arrearnos a muchos para seguir adelante en ese momento con lenguaje y técnicas no de alpinista precisamente sino más bien de carretonero, él sabía lo que hacía y le funcionó muy bien, se me había olvidado la hipoxia, el cansancio y estaba ideando como meterle el pie en una grieta, el enojo es un gran motor.

Por fin llegamos a las rodillas y ahí el camino fue un poco más leve en lo que a subida se refiere pero igual de cansado, ahí empiezan las grandes grietas que en ciertas épocas se abren y se cubren solamente por una nieve blanda pudiendo desbarrancarte fácilmente en una de ellas de muchos cientos de metros de profundidad, pero esta preocupación y el enojo con el guía se olvidó al ver el espectáculo que nos ofrecía la naturaleza, de un lado la ciudad de México en toda su extensión y del otro Puebla, quiero siquiera imaginarme un poco la visión que tuvieron aquellos de los conquistadores que subieron al popocatepetl a buscar azufre y haber visto la gran Tenochtitlán en medio del lago, que regresaron diciendo que habían visto una ciudad hecha de plata y lo más triste, haberla destruido hasta sus cimientos buscando su oro maldito, esto no tiene nombre ni nunca lo tendrá.
En uno de los pasos más difíciles nos soltamos de la cordada por si alguno se iba sin avisar no nos llevara con él hacia lo más profundo de la sima, por fin llegamos al pecho que es la parte más alta y después de las fotografías emprendimos el regreso rápidamente hacia el refugio y evitar alguna tormenta de la tarde en aquellas altitudes, que en alguna ocasión me tocó una en el Popocatepetl, arriba y no quisiera repetirla.
Efectivamente el descenso fue más rápido pero igual en lo que a medidas de seguridad se refiere y más enérgicas por que como ya vas cansado es fácil caer en la indolencia y en la osadía, ya que llegamos a los gigantes de roca y el terreno empedrado es cuando empiezas a sentir lo duro y a arrepentirte de haber ido, cada piedra te produce un dolor terrible en la planta del pié, te duele todo, tienes un hambre atroz, que me hacía pensar en esa sopa de cebolla y en aquel restaurante que comentaba, ya no veía piedras sino sopas y filetes, es fácil que en este momento se den conatos de broncas, sin llegar a mayores, no sociabiliza uno fácilmente, para colmo a un compañero y a mí nos correteó un toro que andaba haciendo no se que en aquellas altitudes y nos tuvo sentados en una roca como 20 minutos hasta que se le ocurrió desaparecer entre las rocas.
Llegué al refugio y me recibieron como a todos con un tazón de, sin exagerar, la mejor sopa que he comido en mi vida, caliente, aromática, bien sazonada que prepararon los que se quedaron a cargo del campamento en el refugio y más pollos rostizados recalentados al carbón de los que habíamos comprado la noche anterior en Cholula, repetí creo que tres veces la sopa, ya al final de la comida pregunté de que era y me dijo el cocinero que le llamaban sopa de huesos, hecha con los huesos y porciones de carne que habíamos desechado de los pollos de la noche anterior, ni tiempo tuve de que me diera asco por lo bien que me había caído.
Levantar cosas y empezar a caminar de nuevo hasta donde estaba el redilas y de ahí hasta Puebla, cuál sería mi cansancio que me dormí todo el camino de regreso con la cabeza apoyada en la mochila, no sentí ni los brincos ni los tumbos durante varias horas, aún hoy en día tengo esos paisajes impresos en mi memoria, de mi primera ascensión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario